En la vida siempre hay que escoger. Hoy, por ejemplo, podría haber comenzado esta previa escribiendo sobre la final que disputaron Real Madrid y Olympiakos en Londres hace dos temporadas. Recordar el último enfrentamiento entre estos dos colosos en una final y relatar ese precedente. Pero me vais a perdonar. Hoy no toca hablar de ese partido. Al menos no quiero que sea así.
He escogido un enfrentamiento más lejano en el tiempo con el
único fin de volver a revivir la grandeza de una plantilla legendaria. Vivir de
nuevo el recuerdo de jugar una final en España. Vivir de nuevo el recuerdo de
jugarla frente a Olympiakos. Y sobre todo revivir la gesta de un club, el Real
Madrid, que se hizo con su octava Copa de Europa.
Año 1995, Zaragoza. Sabonis, Arlauckas, García Coll, Santos
y Antunez. Fassoulas, Volkov, Eddie Johnson, Sigalas y Tomic. La plantilla del
equipo griego inspiraba temor; tenían dos aleros de mucha calidad y con un
fantástico tiro exterior. Un 4 exNBA versátil y de mucha potencia física. Y
Fassoulas. Un Bouroussis más delgado y con más envergadura que hacía de su
intimidación la mejor carta de presentación.
Pero a pesar del favoritismo heleno el mundo tuvo que
plegarse a la mejor pareja de interiores que ha tenido el equipo blanco en toda
su historia, y tanto Sabonis como Arlauckas demostraron que la historia de la
Copa de Europa lleva grabado a fuego el nombre del Real Madrid. La defensa de
Isma Santos a Eddie Johnson, los magníficos minutos de descanso de Antonio
Martín a Sabonis y las acertadas direcciones de Antúnez y Lasa fueron, junto a
las actuaciones del gigante lituano y del 8 americano, las excusas perfectas
para ganar la octava. Dejaron a los griegos en 61 puntos. Sólo 61. Y el
entrenador del equipo campeón era Obradovic. Sí, Zeljko Obradovic.
Y ahora…
Veinte años más de baloncesto. Tres finales de Copa de
Europa seguidas y todos con el convencimiento de que sí, que a la tercera va la
vencida.
Me he propuesto no escribir de números y estadísticas. Las
finales así no se ganan con ellas de la mano. Se ganan con corazón, con empuje
y creyendo en el baloncesto que uno hace.
Poco importa que delante esté Printzesis o Spanoulis, un
jugador que vive de los minutos finales de cada partido por decidir. Menos aún
importa que Lojeski sea un buen tirador o que Olympiakos sea el equipo que
menos puntos permite a sus rivales. Todo esto debe dar igual. Al final cuenta
el deseo y el esfuerzo colectivo, cuenta una idea y un concepto de baloncesto
y, sobre todo, cuenta ponerla en el parquet con toda la fe que supone una Copa
de Europa como recompensa.
Sin presión, disfrutando sobre la cancha como hace Sergio
Rodríguez cuando entra en catarsis. Con la garra de Felipe, Ayón y Nocioni como
estandarte. Con la calidad de Llull, Rudy, Carroll y la versión 3.0 de Rivers.
Y, además de todo esto, la defensa. Pero sobre todo con una identidad que nos
hace merecedores de jugar el mejor baloncesto de europa. Si no renunciamos a
ella, seremos campeones.
Como dije antes hoy no he querido escribir sobre
estadísticas. No quiero números que empañen la verdadera esencia del
baloncesto. El corazón no entiende de ellos y la cabeza, cuando se emplea bien,
tampoco los necesita. Hoy sólo he querido escribir de historia y de fe, de la
fe que hace a un equipo campeón. De la fe que hace competir. De la fe que puede
dar la Novena.
Podrás seguir el partido a través de las cámaras de Canal +
Deportes el Domingo 17 a las 20h. Y, por supuesto, la narración a través de
nuestra cuenta de Twitter @BasketEC
Previa por @delaordenc
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